En este contexto, el crac se ha convertido en la droga que más estragos causa, sobre todo en los sectores más vulnerables.
Las historias se repiten en los barrios, en los refugios y en las calles del país. Personas jóvenes, con futuro, que terminan atrapadas por el consumo y que, en poco tiempo, pierden todo, su salud, su familia, su dignidad y hasta su vida.
“Yo vi a varios de mis compañeros de catecismo, chicos con quienes compartíamos en la iglesia, que hoy están destruidos por esta droga”, cuenta un joven que accedió a hablar sobre el tema. Otro testimonio revela: “Ella estaba bien, trabajaba, tenía una vida normal. Ahora la veo en las calles, sucia, sin rumbo, como si todo se hubiese acabado para ella”.
Las escenas son cada vez más frecuentes. “Hace poco me crucé con un conocido que ya mostraba esos tics nerviosos típicos de la abstinencia. Me pidió un 5.000 guaraníes para comprar algo de comer, pero yo sé que era para la droga”, agrega otro entrevistado.
Una droga que destruye en poco tiempo
El crac, también conocido en las calles como “chespi”, ha tomado fuerza entre personas de bajos recursos y en situación de calle, debido a su bajo costo y su rápido efecto.
El impacto físico es inmediato y devastador. La pérdida de peso extrema es uno de los síntomas más notorios. “Este estupefaciente suprime completamente el apetito. Las personas simplemente dejan de comer y esto explica esa delgadez extrema que vemos, con pómulos hundidos y cuerpos totalmente debilitados”, explica el Dr. Manuel Fresco, director de un centro especializado en tratamiento de adicciones.
Además, el crac genera hiperactividad y ansiedad constante, lo que provoca que las personas estén en movimiento casi permanente, quemando aún más calorías, lo que acelera el deterioro físico.
“Se ve en la apariencia física: brazos y piernas torcidas, como si estuviesen rotos, por la falta de nutrientes y por los efectos neurológicos que causa la droga”, agrega el especialista.
Pulmones destrozados y dientes que caen sin control
La forma en que se consume el crac también agrava sus efectos. Muchos usuarios mezclan la droga con restos de virulana o la fuman en pipas metálicas, lo que produce daños pulmonares irreversibles.
“Lo que conocemos como ‘pulmón de crac’ es una destrucción pulmonar equivalente a la de un fumador empedernido que lleva décadas consumiendo cigarrillos”, alerta Fresco.
Otro daño común es la pérdida de dientes. La combinación de la droga con metales y la falta total de higiene bucal debilita las encías hasta que los dientes comienzan a caerse.
“Se les caen los dientes sin que lo noten siquiera. Las encías quedan tan deterioradas por la falta de alimentación y por los objetos que usan para fumar, que terminan perdiendo toda la dentadura”, describe el médico.
El impacto mental: paranoia, violencia y aislamiento
Más allá del deterioro físico, los efectos mentales y neurológicos del crac son igual de alarmantes. Las personas que caen en la adicción sufren episodios de paranoia, alucinaciones, delirios y brotes violentos, sobre todo durante la abstinencia.
Esta situación los aísla de su entorno familiar y social. Muchos terminan viviendo en las calles, sin acceso a un refugio ni a atención médica. Allí, además, están expuestos a enfermedades como la tuberculosis, infecciones respiratorias, enfermedades de transmisión sexual, entre otras.
“Estos casos no solo son una tragedia personal, sino también un problema social que afecta a comunidades enteras”, advierte Fresco. “Por conseguir una dosis, muchos terminan delinquiendo, lo que genera un círculo de violencia, inseguridad y más marginación”, añade.
Adicción precoz y abandono estatal
Los datos son contundentes: en apenas dos o tres meses de consumo regular, una persona puede desarrollar una dependencia grave al crac. Su bajo precio lo ha convertido en una droga de “iniciación” entre los más jóvenes, desplazando incluso al tradicional “cola de zapatero”.
Los centros de atención registran mayormente pacientes de entre 18 y 25 años. Sin embargo, las cifras revelan un dato aún más preocupante: la edad de inicio del consumo en niños y adolescentes. Entre los escolares, el promedio de inicio es de 12 años, mientras que entre niños en situación de calle, puede darse entre los siete y los ocho años.
Según datos oficiales, al menos 90.000 jóvenes en Paraguay estarían vinculados al consumo de drogas. Sin embargo, el Dr. Fresco es tajante al respecto: “Ese número es ficticio. No existen estadísticas reales ni estudios serios sobre la magnitud del problema. Estamos completamente a ciegas”.
Un sistema que no da respuestas
El mayor obstáculo en la lucha contra las adicciones es la improvisación con la que se manejan las instituciones públicas. No existe un protocolo adaptado a las diferentes realidades de los pacientes y los centros de atención operan sin los recursos suficientes.
“Cada adicto es un caso diferente, pero seguimos aplicando las mismas soluciones para todos. No hay datos, no hay planificación, no hay control”
El especialista también cuestiona el funcionamiento de la Dirección de Salud Mental. “Te dan turno para dentro de un mes y medio. ¿Qué pasa con el paciente durante todo ese tiempo? ¿Quién lo sostiene?”, cuestiona.
Advierte además que, si no hay un cambio profundo en las políticas públicas, la situación solo empeorará. “Este gobierno pasará y el próximo enfrentará el mismo desastre, si no cambian las autoridades que toman decisiones y no se destina presupuesto real para salud mental”, afirma.
Una bomba social sin desactivar
El crac no solo destruye cuerpos y mentes, sino que también rompe familias, destruye comunidades enteras y sobrecarga al sistema de seguridad y salud pública.
Mientras tanto, las respuestas estatales siguen siendo insuficientes y, en muchos casos, solo decorativas. La adicción sigue avanzando, dejando a miles de jóvenes sin oportunidades y arrastrando al país hacia una crisis social cada vez más profunda.
“Esto no se resuelve con discursos. Se necesita decisión política, recursos económicos y una red de contención real para salvar vidas”, concluye Fresco.