Según datos del Instituto Nacional de Ablación y Trasplante (INAT), cada vez más ciudadanos registran su negativa de manera formal, un fenómeno que preocupa profundamente a los especialistas.
El doctor Hugo Espinoza, director del INAT, fue contundente: “El número de personas que rechazan donar es cada vez mayor. Esto es alarmante, porque la demanda no para de crecer y hoy tenemos cerca de 300 pacientes en lista de espera”.
Un país con alta demanda y baja oferta
En Paraguay, los trasplantes representan para muchos pacientes la única posibilidad de sobrevivir. Los riñones son los órganos más solicitados, pero también hay listas de espera para hígados, corazones y pulmones.
A diferencia de otros procedimientos médicos, los trasplantes no dependen de infraestructura tecnológica únicamente, sino de un factor humano y voluntario: la decisión de donar. Y ahí está el cuello de botella.
Espinoza explicó que un solo donante fallecido puede beneficiar a siete pacientes con órganos vitales y, además, ayudar a decenas más con tejidos. “Con un donante podemos recuperar la visión de dos personas gracias a las córneas, o tratar a pacientes con quemaduras graves con piel o membrana amniótica. El impacto de una sola decisión es inmenso”.
La Ley Anita y el efecto no deseado
En 2018 entró en vigor la Ley Anita, que estableció que toda persona mayor de 18 años es donante presunto, salvo que exprese lo contrario. La intención fue modernizar la normativa y alinearla con estándares internacionales, donde el modelo de “consentimiento presunto” se aplica con éxito en países europeos.
Sin embargo, en Paraguay se produjo un efecto inverso. “En vez de facilitar las donaciones, aumentaron los registros de rechazo. La gente lo interpreta como una imposición, una obligación que les genera desconfianza”, relató Espinoza.
El trámite se realiza en el Departamento de Identificaciones de la Policía Nacional, al momento de expedir o renovar la cédula de identidad. Allí, el ciudadano tiene la posibilidad de marcar su negativa. El problema, según el INAT, es que la decisión se toma en apenas cuatro o cinco minutos, sin una explicación clara.
“La persona no recibe información suficiente. Muchas veces no entiende la magnitud de lo que significa rechazar. Y al marcar la negativa, queda automáticamente inhabilitada para donar, aunque más adelante cambie de idea”, lamentó el director.
Religión, mitos y miedos
Aunque en Paraguay la mayoría de la población es cristiana y ninguna religión se opone a la donación de órganos, persisten los prejuicios. Algunos ciudadanos creen que su cuerpo será “desfigurado” tras la extracción, o que los médicos no harán lo suficiente por salvarles la vida si saben que son donantes.
Estas creencias, advierte Espinoza, no tienen fundamento. Los equipos médicos trabajan bajo estrictos protocolos éticos y legales. Sin embargo, la falta de campañas informativas sostenidas deja espacio para la desinformación.
Comparaciones internacionales
En países vecinos, la realidad es distinta. Argentina cuenta con la Ley Justina, similar a la Ley Anita, pero aplicada con un fuerte componente de campañas públicas, lo que permitió que las donaciones aumenten en los últimos años.
Uruguay es considerado un modelo en la región, con altas tasas de donación gracias a un sistema sanitario articulado y campañas permanentes de concienciación.
En contraste, Paraguay registra niveles bajos de donación, y la tendencia al rechazo genera un retroceso.
“Si no logramos revertir esta curva, cada vez más personas morirán en lista de espera”
El impacto social y ético
Más allá de lo médico, la donación plantea un dilema ético: cada negativa implica oportunidades perdidas. Para las familias de los pacientes en espera, la angustia se traduce en meses o años de incertidumbre.
En el país, muchos pacientes terminan recurriendo a tratamientos paliativos como la diálisis —que prolonga la vida pero no reemplaza la función de un riñón sano— o esperan órganos provenientes del extranjero, un proceso lento y costoso.
Espinoza lo resume con crudeza: “No hay tecnología que reemplace un órgano humano. No puedo inventar un corazón o un hígado. Solo podemos trabajar con lo que la gente decide donar”.
Testimonio: “Volví a vivir gracias a un donante”
Juan González, de 38 años, recibió un trasplante de riñón hace tres años. Su relato ilustra la dimensión humana de este problema.
—¿Cómo eran tus días antes del trasplante?
—“Era una vida muy limitada. Estaba atado a una máquina de diálisis cuatro veces por semana. Eso me consumía tiempo, energía y esperanza. No podía trabajar, mis hijos me veían cansado todo el tiempo. Era como vivir a medias”.
—¿Cómo recibiste la noticia del donante?
—“Fue un milagro. Recuerdo la llamada del hospital, me temblaban las manos. Sabía que alguien había partido y su familia tomó una decisión inmensa en medio del dolor. Gracias a ese gesto hoy estoy vivo”.
—¿Qué cambió después del trasplante?
—“Cambió todo. Recuperé la libertad de moverme, de trabajar, de abrazar a mis hijos sin estar exhausto. Dejé de ser paciente para volver a ser padre, esposo, amigo. El trasplante me devolvió mi vida”.
—¿Qué les dirías a quienes piensan en rechazar ser donantes?
—“Les pediría que lo piensen dos veces. Tal vez no sepan a quién ayudarán, pero detrás de cada trasplante hay alguien como yo: un padre, una madre, un hijo que lucha por vivir. Un ‘sí’ puede cambiarlo todo. Yo soy la prueba viviente de eso”.
El desafío pendiente
Paraguay enfrenta así un desafío doble, garantizar la transparencia y ética en el proceso de donación y, al mismo tiempo, generar una conciencia colectiva que supere miedos y prejuicios.
Expertos coinciden en que hacen falta campañas educativas permanentes, testimonios de trasplantados que visibilicen la importancia de donar, y un mayor esfuerzo del Estado en explicar la Ley Anita para evitar malinterpretaciones.
La donación de órganos no es solo un acto médico, es una decisión que trasciende la vida de quien la toma y se multiplica en la vida de otros. Cada ciudadano tiene en sus manos la posibilidad de transformar tragedias en esperanza, acotó Espinoza.