19 sept. 2025

El “bazucazo” en Asunción: la emboscada que marcó el fin de Somoza y sacudió al régimen stronista

El 17 de septiembre de 1980, Asunción fue escenario de un hecho que estremeció a la región y dejó en evidencia las fisuras de la dictadura de Alfredo Stroessner.

somoza.webp

En plena avenida España, a metros de la calle América, un comando del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) ejecutó la llamada Operación Reptil, un ataque con armas automáticas y un lanzacohetes RPG-7 que acabó con la vida del exdictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle.

A 45 años de aquel acontecimiento, conocido popularmente como “el bazucazo en Asunción”, la memoria sigue viva no solo por el estruendo de la explosión, sino porque representó un duro golpe político y simbólico para un régimen que se creía inexpugnable.

El exilio dorado de un dictador

Derrocado en julio de 1979 tras décadas de dictadura familiar, Somoza huyó de Nicaragua luego del triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Pese a haber gozado durante años del respaldo de Estados Unidos, acusado de violaciones a los derechos humanos y de enriquecimiento ilícito, perdió finalmente el apoyo de Washington y se convirtió en un refugiado incómodo.

Tras un breve paso por Miami, Bahamas y Guatemala, encontró cobijo en Paraguay, donde Stroessner le otorgó la categoría de “residente temporal”. Así lo dejó claro el entonces ministro del Interior, Sabino Augusto Montanaro, en una conferencia de prensa que buscó restar tintes políticos a la llegada del exmandatario.

Somoza, de 54 años, se instaló primero en una mansión sobre Mariscal López casi San Martín y más tarde en otra, aún más lujosa, sobre la actual avenida España. Acompañado de su pareja Dinorah Sampson y parte de su familia, mantenía una vida social activa: frecuentaba bares, restaurantes y círculos empresariales. Además, proyectaba invertir en tierras, como si el exilio fuese apenas un paréntesis en su vida de privilegios.

La Operación Reptil: infiltración y estrategia

El ajusticiamiento de Somoza no fue obra del azar. Se trató de una operación cuidadosamente planificada por el ERP argentino, grupo guerrillero de ideología marxista que ya había combatido junto al FSLN en Nicaragua. El comando estaba compuesto por cuatro hombres y tres mujeres, bajo la dirección de Enrique Gorriarán Merlo, figura clave en la lucha contra la dinastía somocista.

Para organizar la emboscada, alquilaron una casa estratégica sobre la misma avenida España, desde donde podían vigilar la rutina del Mercedes-Benz blindado de Somoza. Para convencer a la inmobiliaria, recurrieron a una ingeniosa farsa: aseguraron que el cantante Julio Iglesias sería el inquilino y que prefería mantener el secreto hasta ofrecer un concierto en Asunción. La negociación se cerró incluso con la promesa de entregar, más adelante, una foto autografiada del artista.

El día del atentado

La mañana del miércoles 17 de septiembre de 1980 comenzó como cualquier otra en la agenda del exdictador. Sin embargo, cerca de las 10:00 horas, cuando su vehículo transitaba por la avenida España, el comando ejecutó la emboscada.

Con metralletas, subfusiles, rifles de asalto y un lanzacohetes RPG-7, atacaron el automóvil. El impacto fue devastador: además de Somoza, murieron en el acto su asesor financiero José Baittine y el chofer César Gallardo. La ciudad quedó conmocionada por el estruendo y por la magnitud del hecho, que pronto se replicó en los titulares de la prensa internacional.

Terror y persecución en Asunción

La reacción del régimen stronista fue inmediata y brutal. Convencido de que los guerrilleros seguían en la capital, Stroessner ordenó un operativo militar sin precedentes. Tropas del Ejército y la Policía allanaron viviendas casa por casa en Asunción y en localidades cercanas.

El periodista Antonio Pecci recordaría años después el ambiente opresivo.

“Se vivió un clima de terror, con miles de argentinos residentes en Paraguay siendo interrogados como sospechosos. El régimen buscaba culpables a cualquier precio”.
Periodista Antonio Pecci

Pese a la represión, casi todos los integrantes del comando lograron escapar por las fronteras de Brasil y Bolivia. Solo uno de ellos, Hugo Irurzún, no consiguió huir. Se presume que murió bajo torturas a manos de las fuerzas de seguridad stronistas.

Un golpe simbólico contra Stroessner

Más allá de la muerte de Somoza, el atentado representó un duro golpe para la imagen de Stroessner. El régimen, que se jactaba de su capacidad de control y seguridad, quedó en evidencia: un grupo reducido de guerrilleros había ejecutado una operación compleja y luego logrado escapar.

La prensa internacional puso la lupa sobre Paraguay, resaltando la fragilidad del gobierno stronista y la impunidad con la que actuaban los comandos armados. Para muchos analistas, la facilidad con que se desarrolló el atentado fue la demostración de que el stronismo no era tan invulnerable como pretendía mostrarse.

La memoria a más de cuatro décadas

El “bazucazo en Asunción” no solo marcó el final de la vida de Somoza, sino que se convirtió en un episodio de fuerte carga simbólica. Representó el alcance de la justicia revolucionaria más allá de las fronteras y reveló que incluso los dictadores más protegidos podían ser alcanzados.

El historiador Fabián Chamorro recuerda que este tipo de hechos deben servir como reflexión:

“En Paraguay tenemos la obligación de mantener viva la memoria de estos episodios. No se trata de celebrar la violencia, sino de entender cómo terminaron ciertos dictadores y qué lecciones dejan en torno al poder, la represión y la justicia histórica”.

Un atentado que trascendió fronteras

La muerte de Somoza fue interpretada en la región como un acto de justicia revolucionaria. Para la dictadura stronista, significó un debilitamiento en su imagen de orden y control. Para los movimientos insurgentes, en cambio, fue una demostración de que las fronteras no eran un límite para ajustar cuentas con la historia.

A 45 años, aquel atentado sigue siendo recordado como uno de los episodios más impactantes de la Guerra Fría en América Latina, donde dictaduras, guerrillas y pueblos enteros se vieron atrapados en un mismo tablero de poder, violencia y memoria.