El 6 de agosto pero de 1945, la ciudad japonesa de Hiroshima sufría una de las tragedias más devastadoras de toda la historia: la caída de la bomba atómica, registrada exactamente a las 8.15 de la mañana.
Aquel día, el bombardeo Enola Gay, dejó caer una bomba de uranio apodada “Little Boy” (Niño Pequeño), de un tamaño unos 3 metros de longitud y 75 centímetros de diámetro, con una explosión que equivalía a 20.000 toneladas de TNT, lo que arrasó Hiroshima en cuestión de segundos.
Se estima que de manera inmediata, la explosión acabó con la vida de 70.000 personas, aunque en las semanas posteriores fallecieron otras 60.000, a causa de las heridas y enfermedades derivadas de la radiación.
Así, Hiroshima, que en ese entonces contaba con 350.000 habitantes, redujo su población prácticamente a la mitad, sumado a un 70% de sus edificios que fueron derrumbados, ya que la bomba afectó una zona de 13k m² con una devastación total. Por supuesto, las secuelas físicas y sociales en los sobrevivientes de aquel ataque, durarían para toda la vida.
Tres días después, el 9 de octubre de aquel mismo año, otra bomba fue lanzada sobre Nagasaki, donde sucumbieron instantáneamente entre 40.000 y 70.000 personas, cifra que durante los años posteriores crecería hasta más de 195.000 personas.
La bomba detonó desencadenando temperaturas estimadas de entre 3.000 y 4.000 grados en el hipocentro, cifras capaces de vaporizar a personas u objetos próximos a la “zona cero”.
¿Por qué el ataque de Estados Unidos?
Según cuenta la historia, el ataque a Hiroshima fue parte de una estrategia de Estados Unidos para forzar la rendición incondicional del Imperio japonés, proclamada por el Emperador Hirohito el 15 de agosto de aquel mismo año, lo que marcó además el fin de la Segunda Guerra Mundial.
En conversación con el historiador paraguayo Luis Sapienza, el mismo declaró que ambos ataques con bombas atómicas, definitivamente marcaron la historia. “Esta fecha marcó un antes y un después en la manera de hacer una guerra, porque por primera vez se utilizó un arma atómica, lo que finalmente aceleró el fin de aquella guerra”, explicó.
El mismo, detalló que “se estimaba que si no se utilizaba esa bomba, y se hubiese procedido a una invasión tradicional a las islas japonesas, ello iba a implicar casi un millón de bajas entre ambos bandos (americanos y japoneses), y la guerra se iba a prolongar hasta 1946”.
“Se estimaba que si no se utilizaba esa bomba, y se hubiese procedido a una invasión tradicional a las islas japonesas, ello iba a implicar casi un millón de bajas entre ambos bandos (americanos y japoneses)”
En otras palabras: “desde el punto de vista histórico, fue una decisión acertada la de utilizar la bomba atómica (en Hiroshima y Nagasaki) para que la guerra finalizara rápidamente. Pues, una tercera se estaba preparando para ser lanzada seguramente sobre Tokio u otra ciudad importante, lo que finalmente ya no se dio gracias a la rendición de Japón”.
Ocho décadas después, Hiroshima y Nagasaki son símbolos de destrucción y, especialmente para los japoneses, un símbolo de resistencia, reconstrucción y esperanza. Miles de ciudadanos padecieron cáncer, malformaciones genéticas y enfermedades crónicas a raíz de la radiación, incluso las siguientes generaciones.