Un hombre de 56 años falleció tras ser atacado por tres perros mientras caminaba por la vía pública, y otro resultó gravemente herido, permaneciendo internado con múltiples lesiones.
Según las primeras versiones, los atacantes serían perros de raza pitbull, aunque las circunstancias aún están siendo investigadas. En la vivienda vinculada al hecho, sin embargo, solo fueron encontrados un perro mestizo y otro de raza caniche, lo que genera incertidumbre sobre la procedencia exacta de los animales responsables.
La hija de la víctima fatal manifestó que los perros se encontraban sueltos en la calle y que eran frecuentemente dejados sin supervisión por sus propietarios. Este dato se repite en múltiples casos de ataques caninos en Paraguay, donde no existe una legislación específica que regule de forma estricta la tenencia de razas potencialmente peligrosas, ni un sistema eficaz de fiscalización.
Un problema que va más allá de la raza
José Cáceres, adiestrador de perros y especialista en comportamiento animal, explicó que la agresividad es una parte natural del instinto canino, y que no debe confundirse con la agresión descontrolada. “La agresividad forma parte del repertorio conductual del perro. Lo que importa es cómo se gestiona y en qué contexto aparece”, señaló.
Según Cáceres, muchos propietarios cometen el error de pensar que el problema radica únicamente en la raza, cuando en realidad el factor determinante es el entorno en el que se cría al animal. “Un perro que vive atado todo el día, sin espacio para moverse, sin socialización con otros perros o personas, y sin estímulos adecuados, puede desarrollar conductas peligrosas. Y eso puede ocurrir con cualquier raza”, advirtió.
Las razas como el pitbull o el rottweiler, aunque suelen ser estigmatizadas, no son inherentemente agresivas. “El problema no es la raza, sino el dueño”, remarcó el adiestrador.
“Un propietario irresponsable puede convertir a cualquier perro en un riesgo para su entorno”.
Claves para prevenir ataques y mejorar la convivencia
Ante la creciente preocupación por casos de ataques caninos, Cáceres propuso una serie de recomendaciones prácticas para prevenir comportamientos agresivos y garantizar la seguridad tanto de los animales como de las personas:
• Evitar el contacto visual directo con un perro que muestra signos de tensión o agresividad, ya que esto puede interpretarse como una amenaza y provocar un ataque.
• Uso obligatorio de bozales en espacios públicos para razas de gran potencia mandibular, especialmente si el perro ha demostrado conductas dominantes o reactivas. “El bozal no es un castigo, sino una medida preventiva”, explicó.
• Paseos con correa y bajo supervisión constante. Dejar que un perro deambule libremente en la vía pública no solo es un peligro para terceros, sino también para el propio animal.
• Socialización desde temprana edad. Es fundamental que los perros aprendan a interactuar con otros animales y personas desde cachorros, para reducir el miedo o la ansiedad que puede derivar en conductas defensivas.
• Establecer rutinas de ejercicio físico y mental. “Un perro necesita estímulos diarios. No es solo sacarlo a caminar, sino también hacer que piense, que resuelva pequeños desafíos, que juegue”, indicó.
• Consultar con un especialista en etología canina. La presencia de conductas no deseadas debe tratarse de forma profesional. “Modificar una conducta lleva tiempo y dedicación. No se trata de gritar o castigar al perro, sino de entender su lenguaje y redirigir su comportamiento”, aclaró Cáceres.
El rol del Estado y la comunidad
Si bien la educación del animal y la responsabilidad individual del dueño son clave, el especialista también destacó la necesidad de políticas públicas que acompañen la prevención. “En Paraguay no tenemos una normativa clara sobre razas potencialmente peligrosas ni protocolos de actuación ante ataques. Tampoco hay campañas educativas que lleguen a la población sobre cómo criar y convivir con un perro de forma segura”, lamentó.
En muchos países, la legislación obliga a los propietarios de determinadas razas a cumplir con requisitos específicos: uso de bozal, seguros de responsabilidad civil, registros municipales y controles veterinarios periódicos. Estas medidas no criminalizan al animal, sino que garantizan su correcta integración en la comunidad.
Además, la falta de control sobre perros en situación de calle también contribuye a generar escenarios peligrosos. Las municipalidades, en colaboración con las organizaciones protectoras, tienen el desafío de implementar campañas de castración masiva, vacunación y adopción responsable, para reducir la sobrepoblación canina y evitar incidentes.
Una tragedia evitable
El caso ocurrido en Mariano Roque Alonso no es un hecho aislado. En los últimos años, ya se han registrado varios ataques similares, muchos de ellos con consecuencias fatales. La mayoría coincide en un patrón común, animales sin control, propietarios negligentes y ausencia de medidas preventivas.
La muerte de un ciudadano y la hospitalización de otro deberían servir como punto de inflexión para repensar cómo se cría, cuida y regula la tenencia de perros en el país. La solución no pasa por demonizar razas, sino por generar una cultura de respeto, compromiso y responsabilidad hacia los animales y la sociedad, agregó.
Como concluyó el adiestrador José Cáceres: “Un perro puede ser el mejor compañero del mundo o un peligro latente. Todo depende del entorno en que se cría y del humano que lo acompaña”.