En una entrevista con la médica psiquiatra infanto-juvenil Viviana Riego Meyer, se abordaron los distintos ángulos de esta problemática. Para la especialista, el bullying no debe entenderse únicamente como un enfrentamiento entre el agresor y la víctima. Hay un tercer actor que muchas veces pasa desapercibido, los testigos.
“Todos somos responsables en cuanto al acoso escolar. Está el acosado, el acosador y el público que alienta, o el que se calla”
Este “público espectador”, que presencia las agresiones sin intervenir, cumple un rol fundamental al legitimar o permitir que el abuso continúe.
Bullying: más que una broma
El acoso escolar puede manifestarse de múltiples formas: insultos, golpes, amenazas, exclusión social, difusión de rumores, hostigamiento en redes sociales, entre otros. Lo que lo define es su carácter repetitivo y la intención de dañar o someter a otro.
“La dinámica del bullying comienza cuando el acosador detecta una debilidad en su víctima. Esa supuesta diferencia —que puede ser física, social, de género, religiosa o cualquier otra— es utilizada para burlarse, ridiculizar o agredir”, explica Riego Meyer. “El acosador ve alguna debilidad, y es como se aprovechan de eso y empiezan a burlarse de eso”.
Lejos de tratarse de un niño “malo” o cruel por naturaleza, la médica aclara que el agresor también es alguien que necesita ayuda: “El acosador también es un chico que necesita ayuda porque generalmente no sabe regular sus emociones. Muchas veces son inseguros”.
Este punto es clave para entender que detrás de las conductas violentas muchas veces hay contextos familiares disfuncionales, falta de contención emocional o modelos de convivencia basados en la violencia.
El ciclo de la violencia
Una de las reflexiones más inquietantes que plantea Riego Meyer es cómo la víctima puede terminar replicando el mismo patrón de violencia que sufrió.
“Muchas veces pasa que un acosado, de tanto que vivió, termina siendo acosador”, señala. Esto ocurre cuando el dolor, la humillación y la impotencia no se procesan adecuadamente, y el niño o adolescente adopta una actitud defensiva y agresiva frente a otros, muchas veces más vulnerables.
Este ciclo de victimización puede continuar durante años si no se detecta y aborda a tiempo. Por eso, es fundamental el rol de los adultos —padres, docentes, psicólogos, directivos escolares— en la prevención y contención emocional.
Protocolos escolares: ¿qué se debe hacer?
El abordaje del bullying debe ser inmediato y estructurado. “Si se prende el protocolo de bullying, el chico tiene que estar monitoreado”, advierte la doctora. Esto implica que tanto el agresor como la víctima reciban acompañamiento profesional y que el entorno escolar aplique medidas para frenar el acoso y evitar su repetición.
Los protocolos escolares deben incluir:
• Identificación temprana de señales de acoso.
• Registro de los hechos y entrevistas con los involucrados.
• Intervención de profesionales de la salud mental.
• Comunicación con las familias.
• Seguimiento de cada caso y evaluación del entorno escolar.
En Paraguay, si bien existen disposiciones del Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) para la implementación de protocolos de actuación ante situaciones de violencia escolar, su aplicación en las instituciones todavía es desigual. Muchas veces los casos son minimizados o mal manejados, lo que perpetúa el sufrimiento de las víctimas.
Consecuencias del bullying
Diversos estudios internacionales, entre ellos los de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la UNESCO, coinciden en que el acoso escolar tiene un impacto directo en la salud mental de niños y adolescentes. Entre las consecuencias más frecuentes se encuentran:
• Baja autoestima.
• Trastornos de ansiedad o depresión.
• Dificultades de aprendizaje.
• Ausentismo escolar.
• Pensamientos suicidas o autolesiones.
En algunos casos, las consecuencias se arrastran hasta la adultez, generando trastornos de personalidad, aislamiento social o problemas de vinculación afectiva.
¿Qué pueden hacer las familias y docentes?
Riego Meyer insiste en que la prevención comienza desde el hogar. “Los chicos deben aprender a respetar las diferencias, a manejar la frustración, a convivir con empatía”, menciona. Por eso es esencial:
• Establecer una comunicación abierta con los hijos.
• Observar cambios en su comportamiento.
• Enseñar con el ejemplo: no recurrir a la violencia verbal o física.
• Validar sus emociones sin minimizar sus problemas.
• Trabajar la autoestima y los valores desde temprana edad.
En la escuela, el rol docente es clave. Los educadores deben estar capacitados para detectar señales de alerta, intervenir de forma oportuna y crear un ambiente de confianza para que los estudiantes se animen a hablar.
Un compromiso colectivo
El bullying no se soluciona con castigos ni se erradica en soledad. Requiere una mirada integral, empática y sostenida en el tiempo. “Todos somos parte del problema, pero también todos podemos ser parte de la solución”, concluye Riego Meyer.