En el país, el crecimiento sostenido del microtráfico —la venta minorista y local de estupefacientes— convirtió a esta modalidad en una de las principales bases de operación del crimen organizado, con efectos directos sobre la seguridad, la salud pública y el tejido social de las comunidades.
En el marco del Día Internacional contra el Tráfico Ilícito y Abuso de Drogas, el Ministerio Público reveló cifras que generan una fuerte señal de alerta ya que, más de 13.000 denuncias fueron registradas entre 2020 y mayo de 2025 por tráfico de drogas y delitos relacionados. El aumento año tras año muestra cómo el microtráfico dejó de ser un fenómeno aislado para convertirse en un fenómeno estructural que va ganando territorio en Paraguay.
Cifras que reflejan una expansión sostenida
Las estadísticas oficiales elaboradas por el Departamento de Estadísticas del Ministerio Público muestran un incremento preocupante en la cantidad de causas abiertas por tráfico ilícito de sustancias prohibidas. Este es el detalle:
• Año 2020: 1.931 denuncias (5 por día)
• Año 2021: 1.995 denuncias (5 por día)
• Año 2022: 2.219 denuncias (6 por día)
• Año 2023: 2.760 denuncias (8 por día)
• Año 2024: 3.058 denuncias (8 por día)
• Hasta mayo de 2025: 1.235 denuncias (8 por día)
Estos datos confirman que el promedio diario de denuncias ha subido más del 60% en cinco años, lo que pone en evidencia no solo el crecimiento del delito, sino también el nivel de inserción que ha alcanzado en distintas zonas del país.
El microtráfico como sistema de expansión criminal y reclutamiento
Los expertos en criminología coinciden en que el microtráfico funciona como la primera etapa del crimen organizado, una suerte de “escalón de entrada” que permite a las organizaciones criminales operar con bajo riesgo, altas ganancias y mayor control territorial.
Este modelo descentralizado permite a las bandas tercerizar funciones: distribución, vigilancia, acopio y venta se ejecutan a nivel barrial, utilizando principalmente a jóvenes en situación de vulnerabilidad como operadores logísticos.
Las consecuencias de este modelo no se limitan al consumo o a la violencia directa. También se generan dinámicas de control social, corrupción policial, extorsión, desplazamiento forzoso de familias y una creciente naturalización de la violencia como medio de ascenso económico.
Los rostros invisibles del microtráfico
Una de las características más preocupantes del microtráfico es que captura a personas cada vez más jóvenes. Adolescentes y adultos jóvenes son utilizados como repartidores, “deliverys”, informantes o simplemente como protección del territorio. Estas tareas, muchas veces vistas como “trabajos fáciles” o “formas de sobrevivir”, los terminan insertando en un circuito que pocas veces tiene salida sin consecuencias graves.
Según informes de organismos internacionales como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), las estructuras criminales utilizan el microtráfico como herramienta de “normalización”, permitiendo que ciertas prácticas ilegales se vuelvan parte del día a día en los barrios, con promesas de dinero rápido, respeto y pertenencia.
La respuesta del Estado: ¿basta con represión?
Desde el Ministerio Público se insiste en que la persecución penal no es suficiente para contener el problema si no va acompañada de políticas preventivas. La institución reconoce que muchos de los procesos abiertos se concentran en eslabones menores de la cadena, como consumidores o vendedores de bajo rango, mientras que las estructuras superiores muchas veces siguen intactas.
“La prevención es clave para cortar el avance del microtráfico. Esto incluye campañas en escuelas, programas de inserción laboral, actividades deportivas y comunitarias, y trabajo social territorial”, expresaron voceros del Ministerio Público.
Además, advierten que los barrios sin infraestructura, sin oportunidades y con baja presencia del Estado son los más propensos a ser copados por estas redes.
Una amenaza que trasciende fronteras
Aunque las cifras nacionales son alarmantes, el fenómeno es regional. Paraguay, por su ubicación estratégica en Sudamérica, su frontera porosa con Brasil, Bolivia y Argentina, y su debilidad institucional, es considerado uno de los principales corredores del narcotráfico regional.
Esto ha facilitado el asentamiento de estructuras criminales que utilizan el microtráfico no solo para sostenerse económicamente, sino también para establecer presencia territorial e imponer miedo en la población.
El microtráfico es, además, una plataforma para delitos más complejos, como el lavado de activos, el sicariato, el tráfico de armas y la trata de personas.
Conclusión: cortar la base, antes que crezca la estructura
El aumento del microtráfico en Paraguay no es un dato aislado: es un síntoma de algo mucho más profundo. Representa el punto de partida de organizaciones criminales que se fortalecen en la base antes de escalar a niveles más peligrosos.
Combatir este fenómeno requiere más que patrullas y allanamientos. Se necesita un enfoque integral, que combine seguridad, salud, educación y desarrollo comunitario, para evitar que el microtráfico siga siendo la única opción en tantos barrios olvidados.
La cifra que alarma hoy puede ser solo un anticipo del daño estructural que se viene si no se actúa con firmeza y visión a largo plazo.